El costo de construir sin futuro: la trampa de la obra pública como simulacro de desarrollo

Por: Jordan Páez 8 de Julio de 2025 | Ciudad de México

La obsesión con el concreto

En México, la política pública ha caído —desde hace décadas— en una obsesión estructural: construir, pavimentar, inaugurar. El cemento como fetiche. La infraestructura como sinónimo de gestión. La obra pública como el tótem de cualquier administración que pretende dejar “huella”.

Pero en esa urgencia por erigir lo visible, lo inmediato y lo cuantificable, hemos hipotecado lo que verdaderamente construye una nación: la educación integral, la movilidad social, el acceso universal a derechos y la generación de capacidades para el desarrollo económico sostenible.

Simulacro de modernidad: infraestructura sin impacto

Vivimos en un país donde se destinan recursos a carreteras que se agrietan con la primera lluvia, aeropuertos sin vuelos, trenes que avanzan sobre simulaciones y centros culturales cerrados por falta de personal. Según datos del IMCO, más del 35% de los proyectos de infraestructura pública no cuentan con análisis costo-beneficio ni sistema de evaluación de impacto. Fuente: Instituto Mexicano para la Competitividad, 2023

El resultado es una política de gasto que no genera valor público, sino deuda generacional, simulación de resultados y —peor aún— normalización de la mediocridad administrativa.

Obra sin retorno, presupuesto sin estrategia

La lógica que impera es simple: da más votos inaugurar un puente que becar a un joven universitario. Es más rentable remodelar una plaza que ejecutar un programa de alfabetización para adultos mayores. Se presume más un hospital con fachada reluciente que uno con médicos, medicinas y protocolos funcionales.

No es la obra pública el problema, sino su uso político, opaco y desarticulado. En la mayoría de los estados no existe un sistema real de evaluación del impacto económico o social de las obras. ¿Qué crecimiento genera un nuevo mercado municipal? ¿Qué empleos produce una carretera rural? Nadie lo mide. Nadie lo exige.

¿Qué sí deberíamos estar construyendo?

México vive con más de 49 millones de personas en situación de pobreza (CONEVAL, 2024), una brecha educativa profunda que afecta especialmente a niñas, niños y jóvenes rurales, y un nivel de inversión en ciencia y tecnología de apenas 0.3% del PIB, cuando el promedio recomendado por la OCDE es del 2.4%.  Fuente: CONEVAL, UNESCO Institute for Statistics

En vez de abordar esas urgencias, seguimos empedrando calles sin drenaje, construyendo clínicas sin médicos y destinando millones a festivales sin impacto real. Lo urgente se relega. Lo estratégico se posterga. Lo estructural se ignora.

La política social no es gasto: es inversión

Invertir en lo social no es “asistencialismo”: es la mejor estrategia para construir desarrollo real. Países como Finlandia, Corea del Sur o Uruguay no avanzaron con megaproyectos simbólicos, sino con apuestas claras por la educación integral, la salud preventiva, la investigación científica y la equidad territorial.

Hoy, México necesita políticas públicas que dejen de ser anuncios y se conviertan en transformaciones tangibles: menores tasas de deserción escolar, mayor acceso a salud mental, empleo juvenil de calidad, comunidades con servicios básicos cubiertos

Cambiar la lógica: menos cemento, más futuro

No se trata de cancelar la obra pública, sino de reordenarla con visión y propósito. Necesitamos escuelas conectadas al siglo XXI, infraestructura que multiplique capacidades comunitarias, centros culturales vivos, módulos de salud funcionales, y sobre todo, evaluación constante del impacto de cada peso gastado.

Seguir construyendo sin diagnóstico ni propósito es perpetuar el subdesarrollo con fachada de modernidad. Es disfrazar el abandono con concreto. Es simular que se gobierna cuando en realidad se administra la parálisis. El desarrollo real no se mide en metros cúbicos de concreto, sino en vidas transformadas. No necesitamos más placas conmemorativas, sino generaciones con mejor calidad de vida. El cemento no educa, no cura, no forma capacidades.

Lo urgente no es inaugurar más obras, sino inaugurar una nueva era de políticas públicas centradas en lo que sí genera futuro.

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